martes, abril 23, 2024
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Leonardo Mayer, de las tormentas a la lucidez emocional

La mejor raqueta argentina para la serie ante Israel se apoyó sobre la psicología para superar lesiones y algunas situaciones traumáticas; “Encontré un equilibrio”, admite.

Si le permitieran los tiempos, probablemente haría una excursión por Everglades, el famoso parque nacional de la Florida, que ostenta kilómetros de pantanos, cocodrilos y especies en peligro. Pero, claro, entre prácticas, descanso y masajes, el día se le escurre al Yacaré, Leonardo Mayer, la mejor raqueta argentina en la serie por la permanencia en la elite de la Copa Davis , ante Israel.

Apasionado y especialista en la pesca, el correntino despunta el vicio recorriendo algunas tiendas o los supermercados de aquí, donde la variedad de artículos para esa actividad es abrumadora. “Una vez fui a uno que te vendía lanchas y hasta las podías probar ahí mismo, en un lago artificial que estaba pegado. Una cosa de locos”, dice, de buen ánimo, la carta principal en el Sunrise Tennis Club en la búsqueda de seguir perteneciendo al Grupo Mundial, como ocurre desde 2002.

Como número 25 del mundo, Leo es consciente de que se espera mucho de sus fortísimos tiros. Su temporada es mágica, la mejor de su carrera, con un título (Hamburgo) y una final (Viña del Mar), pero sobre todo con una regularidad y una madurez que lo distinguen.

Nada es por casualidad. Los ciclos no son iguales para todos. El tenista que debutó por la Ensaladera en 2009 ante la República Checa (2-3, por los cuartos de final), con Tito Vázquez como capitán, a los 27 años halló la lucidez, deportiva y emocional. Sin lesiones que lo perturben (vivió pesadillas por su maltrecha espalda), Mayer puede competir sin cadenas. Fuera del court, alcanzó una armonía que lo liberó de los miedos. Auténtico, sensible y retraído, padeció por muchos años vivir en la Ciudad de Buenos Aires, en medio del ruido, del tránsito y los bocinazos, del ritmo frenético. Lejos de Corrientes sentía un hostigamiento. Le costaba integrarse. Pero, poco a poco fue logrando estabilidad apoyado en su grupo de trabajo, con Leo Alonso como líder, y hasta con un licenciado en psicología, Juan José Grande, que conoce el idioma de la alta competencia, ya que navegó y corrió regatas durante gran parte de sus 54 años. El trabajo con Grande fue -y es-, según le confiesa Mayer a La Nacion, igual de importante que la parte técnica y física. “Antes sufría mucho, sí, porque era diferente la vida en Corrientes, que es más tranquilo. Ahora me empecé a acostumbrar. Sufría porque era como que no tenía tiempo en el día. Ahora voy manejando mejor los tiempos. Me gusta hablar, es importante, igual de importante que todo lo otro”, dice Leo.

Grande, desde hace seis años, también trabaja con la primera de rugby de CUBA. “Leo es auténtico y le costaba estar en Buenos Aires. Lo ayudó tener un staff de equipo sólido y esa estabilidad fue clave para que pasara los túneles. ¿A qué llamo túneles? A cuando no estaba cómodo y encima, por los dolores, ni siquiera podía manejar el auto, no sólo no ir el gimnasio. Su tenis es muy intenso y él es competitivo, apasionado, compite mejor de lo que entrena y hoy lo demuestra. Su performance actual tiene que ver con la maduración, con la adaptación y un proceso de crecimiento que no tiene recetas. Tiene una agresividad competitiva extraordinaria. Pero fuera de la cancha es lo contrario, nunca te va a decir «tengo un mejor auto, la ropa, la casa».” No. Tiene instinto asesino en la cancha, pero afuera es sensible. Por eso le llevó tiempo acomodarse a este ritmo. Le gusta estar más en el país que afuera, y tuvo que aprender. El tenista tiene que aprender a vivir en el exterior, y no es fácil desconectarse, no tener aspectos de tu identidad, comer un asado, estar sin amigos… Leo es auténtico, arraigado. No es casual que siendo correntino le guste pescar; tiene sensibilidad hasta para saber con qué es más adecuado encarnar un dorado; es un libro abierto”, le explica Grande, a canchallena.com, sobre un largo proceso que debieron atravesar juntos, que acarreó horas y horas de diálogos, y que derivó en una amplia evolución, desde su manera de expresarse a la soltura dentro de la cancha.

Aquellos que conocen a Mayer y lo ilustran, coinciden: no sabe lo que es la maldad. “Tiene humor, siempre te saca una sonrisa, es inteligente y no sólo para pegarle bien a la pelota. Tuve la suerte de nacer en una familia universitaria, tengo mis estudios y cuando hablamos, Leo me escucha con una sed impresionante. Es un lujo trabajar con él. ¿Cómo sigue esto? Debe seguir haciendo lo mismo. No hay que cambiar casi nada. Va por muy buen camino y es extraordinario lograr un equipo de trabajo con estabilidad, es una de las claves de su éxito”, añadió Grande. “Sí, encontré un equilibrio. Ahora empiezo a ver los frutos. También uno es más grande y empieza a entender cómo es el mecanismo de ciertas cosas, cómo se pueden solucionar los problemas. Ahora ya no sufro tanto por perder un partido. Disfruto y nada más”, sentencia Mayer, el hombre que, si es por él, estaría pensando en algún río, pero no puede porque antes tiene un desafío: colaborar para que la Argentina mantenga la categoría. Ya está preparado para ello.

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